miércoles, 16 de noviembre de 2016

CIEN TAZAS DE TÉ (MIS SONIADAS)






CIEN TAZAS DE TÉ



“Algún día me dedicaré a coleccionar tazas de té, esas tacitas de exquisita porcelana con dibujos victorianos y que tienen a juego platos, teteras y azucareros. Las coleccionaré de forma compulsiva y recorreré mercadillos y bazares hasta encontrar al menos un centenar de ellas que sean diferentes entre sí. Las quiero de todos los colores y dibujos posibles, siempre y cuando sean, como mínimo, bellas, y sabré qué tacita comprar porque desde el expositor me llamará, mi corazón se girará, y cuando la haya observado unos segundos yo ya no seré la misma que cuando entré en la tienda, seré un poquito más feliz; la pequeña pieza de artesanía me habrá conmovido y me la tendré que llevar, porque mi alacena también la estará esperando.

Algún día coleccionaré tazas de té, tendré por lo menos cien, y beberé en ellas café, porque el té no me gusta, es más, encuentro una enorme desproporción entre la elegancia estética de una taza de té y la simpleza del brebaje de hierbas con que se la llena, y tanto es así que creo que el esfuerzo artesano y estético que se emplea en crear una de esas piececillas es intencionado, para compensar la ordinariez del caldo de color indeterminado, incluso sospechoso, que resulta de cocer unas hojas casi amargas; es decir, es un engañar nuestro apetito para que bebamos entusiasmados ese jarabe de, y esto no lo dudo, saludables propiedades, pero al que tenemos que adecentar, además, con miel, limón, leche o cualquier otro alimento de mayor estatus, de los que se bastan por sí mismos. Dado que no siempre tengo a mano el poderío de un limón, un tarrito de dorada miel o cualquier otra maravilla culinaria que pueda mejorar el té, elijo tomar café.

Algún día coleccionaré tazas de té de colores y prepararé entusiasmada cada tarde un café intenso y humeante, que verteré en lentas cascadas en el seno de la pequeña vasija. Al fin el café le habrá dado sentido a la taza y la taza le habrá dado un hogar al café; lo acompañaré con deliciosas galletitas de mantequilla y será el momento de sentarse a conversar con la taza, con el café, con las galletitas y con quien el destino tenga a bien enviarme como compañía. Me sentaré serena y conscientemente junto a una ventana desde la que observar todas las caídas de hoja que me regalen los años, y me beberé con delirio mi propio otoño, muy despacio, sin prisa, ignorando el acecho del invierno, y dedicaré a esta ceremonia cada una de mis tardes.
Adoraré ese otoño que me obligue a meterme en casa y a contemplarlo desde mi sillón, con un café caliente entre las manos y una conversación amiga rescatada de la tarde anterior en la que hubo otro café, otro caer de hojas, otro sol resbalando por el oeste, otro estirar la vida sorbo a sorbo, sueño a sueño, no sea que nos sorprenda el invierno sin haber atizado nuestro hogar.

Algún día me dedicaré a contemplar, simplemente, y a escuchar, a observar, a intentar comprender y a hacer teteras y teteras de café, quizás algún día incluso chocolate, y lo haré porque tendré tiempo y ganas, también necesidad. Me deleitaré con mi dulce colección de tazas y piezas de porcelana, frutos perennes de mi alacena que no perderán los colores porque no entenderán de estaciones, y las compararé con las hojas que en mi jardín yacen temerosas de que una nevada las sepulte para siempre. Pondré mi música favorita y al abrigo del fuego en la chimenea conversaré feliz con esas personas sin las que el caer sucesivo de hojas durante tantos años no habría tenido sentido. Hablaremos de lo que hicimos, de lo que no hicimos, de lo que callamos, de lo que dijimos, de lo que fue, de lo que se malogró, de lo que se cumplió y de lo que no se tenía que haber cumplido. 
Un sorbo de café, un mordisco a una galleta, unos minutos para hablar del libro que acabamos de leer, otros minutos más para contar nuestro fin de semana, un recuerdo envenenado para el antipático que nos atendió aquel día…y con cada tema, sin darnos cuenta, comprenderemos, dudaremos, acusaremos sin remedio y absolveremos con piedad, y volveremos a soñar, a planear, a equivocarnos y a acertar, a amar y a pecar, y querremos subir a los cielos esquivando los infiernos. Nos acompañarán los que hace tiempo que ya no nos acompañan, y estarán sentados con nosotros porque su recuerdo nos completa, y no invitaremos a los que no deben estar.
El ruido de las tazas al reposarlas sobre el platito, los chasquidos del fuego joven y rebelde, los truenos, quizás, ojalá, de alguna tormenta, unas nubes negras indultándonos a su paso, el aroma del café pintando los cristales y prometiendo eternidad…Todo se confabulará para hacernos creer que no nos hemos equivocado de fiesta, que este ritual era necesario, que poco más podríamos desear, que tal vez la felicidad sea esto, y que todos merecemos a alguien con quien disfrutar de una taza con dibujitos para celebrar el abrazo del otoño.

Algún día me dedicaré a coleccionar hermosas tazas de té, y tal vez debería empezar ya.”




                                                                                                            
Sonia Serna San Miguel
(16 de noviembre de 2016)