ENERO EN EL RÍO
Estamos a medio invierno,
nos quedamos sin enero, y por fin oigo el caudal del río. El sonido que hace
décadas era parte de este paisaje tan serrano como castellano se está
convirtiendo, con el paso de los años, en una visita tardía, tímida, como si el
agua pidiera permiso para sonar y deslizarse por un cauce desdibujado y seco de
tanto esperar.
Hoy al fin se deshiela enero
río abajo. El rumor del agua festejando sus paseos por el paisaje no es el
bramido de otros años, pero siempre merece la pena detenerse a escucharlo. Las
gotas de agua parlotean sin parar unas con otras mientras se afanan en brillar
más que la de al lado o en ir más deprisa las de este grupito de aquí que las
de aquél de allá. Salen de paseo a toda prisa, seguramente porque llevaban
mucho tiempo esperando a lucirse, y pasan delante de nuestros ojos presumiendo de
brillo y frescura, y con razón, porque oír la letanía de las procesiones del
agua y mirar detenidamente su recorrido es uno de los espectáculos más hermosos
y sedantes que nos regala la naturaleza.
Por estas fechas el caudal
de mi vecino, el río Herreros, me advierte de que se mira, se oye, pero no se
toca, porque el agua baja tan fría que te corta los dedos de la mano si te
atreves a acariciarla, así que me obliga a disfrutar de estos brotes de vida
desde el respeto. El mismo sol, que por estas fechas luce para esperanzarnos a
todos con una cercana primavera, tiene que conformarse con brillar en la
superficie del río, porque le vence la frialdad de sus aguas, las parlanchinas,
presumidas y gélidas aguas de este pequeño arroyo que se instala con nosotros
en invierno.
Hace un par de años, justo
en enero, el rugido de las aguas era respetable, como enérgicas carcajadas que yo oía incluso sin abrir
las ventanas. La fuerza de este sonido me llevó entonces a dedicarle estas
palabras:
ENERO
EN EL RÍO HERREROS
Por
debajo del río se ahoga un intento,
un
instante, un minuto, un segundo, un momento.
Por
debajo del río se hunde un lamento,
un
rayo, un suspiro, un mar, un lo siento.
Por
debajo del río, del río de enero,
agoniza
un latido que muere de lento.
Por
debajo del río, que sigue viviendo,
suspira
la vida por ser como el viento.
Por
debajo del río que todo lo arrasa
tropiezan
las piedras que apenas avanzan.
Por
debajo del río malvive la vida,
la
vida que muere porque el río la olvida.
Y
olvida el río que sólo es arroyo,
orgullo
de hielo, baldío en agosto.
El
sol se desmaya a la orilla del río,
desmayo
amarillo que llora de frío,
y el
río se ríe de soles y eneros
y brilla
y presume el río de Herreros.
(Otero
de Herreros, enero de 2015)
De haber tenido que
escribirlo en este enero de 2017, no lo habría hecho, o al menos no con estas frases, porque hoy apenas oigo el río desde mi casa, pero ya que somos
vecinos desde hace tantos años, desde esta orilla y tiempo atrás desde la otra, he
querido dedicarle un gesto de admiración, no vaya a ser que en algún
deshielo desmedido se desoriente y aturdido venga a desbordarse y a anegar
nuestras calles, o no vaya a ocurrir que quizá (y no sé qué sería peor) se nos canse y se seque
para siempre.
Sonia Serna San Miguel
(31 de enero de 2017)