martes, 31 de enero de 2017

ENERO EN EL RÍO (MIS SONIADAS)



ENERO EN EL RÍO



Estamos a medio invierno, nos quedamos sin enero, y por fin oigo el caudal del río. El sonido que hace décadas era parte de este paisaje tan serrano como castellano se está convirtiendo, con el paso de los años, en una visita tardía, tímida, como si el agua pidiera permiso para sonar y deslizarse por un cauce desdibujado y seco de tanto esperar.

Hoy al fin se deshiela enero río abajo. El rumor del agua festejando sus paseos por el paisaje no es el bramido de otros años, pero siempre merece la pena detenerse a escucharlo. Las gotas de agua parlotean sin parar unas con otras mientras se afanan en brillar más que la de al lado o en ir más deprisa las de este grupito de aquí que las de aquél de allá. Salen de paseo a toda prisa, seguramente porque llevaban mucho tiempo esperando a lucirse, y pasan delante de nuestros ojos presumiendo de brillo y frescura, y con razón, porque oír la letanía de las procesiones del agua y mirar detenidamente su recorrido es uno de los espectáculos más hermosos y sedantes que nos regala la naturaleza.

Por estas fechas el caudal de mi vecino, el río Herreros, me advierte de que se mira, se oye, pero no se toca, porque el agua baja tan fría que te corta los dedos de la mano si te atreves a acariciarla, así que me obliga a disfrutar de estos brotes de vida desde el respeto. El mismo sol, que por estas fechas luce para esperanzarnos a todos con una cercana primavera, tiene que conformarse con brillar en la superficie del río, porque le vence la frialdad de sus aguas, las parlanchinas, presumidas y gélidas aguas de este pequeño arroyo que se instala con nosotros en invierno.

Hace un par de años, justo en enero, el rugido de las aguas era respetable, como enérgicas carcajadas que yo oía incluso sin abrir las ventanas. La fuerza de este sonido me llevó entonces a dedicarle estas palabras:




ENERO EN EL RÍO HERREROS

Por debajo del río se ahoga un intento,
un instante, un minuto, un segundo, un momento.
Por debajo del río se hunde un lamento,
un rayo, un suspiro, un mar, un lo siento.
Por debajo del río,  del río de enero,
agoniza un latido que muere de lento.
Por debajo del río, que sigue viviendo,
suspira la vida por ser como el viento.
Por debajo del río que todo lo arrasa
tropiezan las piedras que apenas avanzan.
Por debajo del río malvive  la vida,
la vida que muere porque el río la olvida.
Y olvida el río que sólo es arroyo,
orgullo de hielo, baldío en agosto.
El sol se desmaya a la orilla del río,
desmayo amarillo que llora de frío,
y el río se ríe de soles y eneros
y brilla y presume el río de Herreros.

(Otero de Herreros, enero de 2015)




De haber tenido que escribirlo en este enero de 2017, no lo habría hecho, o al menos no con estas frases, porque hoy apenas oigo el río desde mi casa, pero ya que somos vecinos desde hace tantos años, desde esta orilla y tiempo atrás desde la otra, he querido dedicarle un gesto de admiración, no vaya a ser que en algún deshielo desmedido se desoriente y aturdido venga a desbordarse y a anegar nuestras calles, o no vaya a ocurrir que quizá (y no sé qué sería peor) se nos canse y se seque para siempre.




Sonia Serna San Miguel
(31 de enero de 2017)