lunes, 6 de noviembre de 2017

UN TENDERO ESPECIAL (MIS SONIADAS)

UN TENDERO ESPECIAL


“Uno de los recuerdos más entrañables que tengo de mi niñez son las visitas al pueblo de los tenderos ambulantes, no sólo los que venían al mercado de la plaza, sino los que tenían día propio para su mercancía: tal día venía el del pescado, tal día “el tío de la mantequilla”, tal día el frutero… y recorrían las mismas calles por el mismo orden para atender a su fiel parroquia. Eran tenderos profesionales, sabían qué necesidades faltaban por cubrir y traían buen género. Conocían los nombres y preferencias de cada cliente (casi todas mujeres) y se los consideraba como del pueblo aunque vinieran desde otras poblaciones. Vivían con la tienda a cuestas, no tenían estudios de marketing ni un coach que les enseñara a ser asertivos, diligentes, proactivos o resilientes.
Simplemente, conocían su oficio.

“-¿Sabes si ya está por ahí el del pescado?
-¡Sí, subía ahora por donde la iglesia…!”

Recuerdo estas conversaciones entre las mujeres que salían a la esquina de su calle a esperar la furgoneta correspondiente a cada día. Con dos o tres vecinas ya estaba formado el comité de recepción al tendero, y con dos o tres más que se unieran quedaba constituido el foro nada virtual de información local. No sólo se producía la transacción mercantil en sí misma, sino que se daba un intercambio de vecindad, de compañía, de cercanía.
Uno de los vendedores que mejor y con más cariño recuerdo es Pepe el frutero. Pepe no era sólo en aquella época nuestro proveedor de fruta; era, además, primo de mi madre y muy apreciado en mi casa, junto a Juliana, su mujer. Pepe y su romana balanceándose de izquierda a derecha son parte de los veranos de mi infancia, y con toda seguridad de la de otros niños que acompañaran a sus madres a hacer la compra para ayudarlas luego a llevar las bolsas a casa.

-“Toma, guapa, esta mandarina te la regalo yo”


Hoy ha sido el entierro de Pepe el frutero.

El pequeño cementerio de Madrona está tumbado a la intemperie castellana, rodeado de un campo llano y amarillo, tan solitario como el propio camposanto, y allí aguarda sereno, respetuoso y en silencio a las visitas eternas.

Hoy Pepe se ha ido con Juliana, porque vivir dos meses sin su dulce esposa era mucho vivir, y yo me quedo recordando al tendero familiar y amigo que con una sonrisa me regalaba mandarinas, sin saber él que en realidad me regalaba recuerdos.”


jueves, 2 de noviembre de 2017

BENDITA TORMENTA (MIS SONIADAS)







BENDITA TORMENTA

“Se veía venir. Tantos días seguidos de sol amarillo, tanta sonrisa en el cielo cuando ya no hay ganas de reír, tanta promesa eterna, tanta condescendencia humillante de un verano soberbio hacia un otoño cobarde, tenían que despertar al dios durmiente de las tormentas. Hoy al fin el cielo ha llorado, y lo ha hecho con las ganas contenidas de quien no ha gritado en mucho tiempo, teniendo tanto que decir.

Hoy, y por unos momentos, el otoño ha vencido su indecisión y me ha sorprendido por los ventanales, sin avisar, envuelto en un imponente abrigo de nubes grises y negras, del mismo color que los miedos y los desengaños, y con la misma carga insufrible del dolor. Apenas nos ha advertido con unos tímidos truenos y relámpagos y de inmediato ha descargado sin piedad, gritando una lluvia azul, afilada y fría que se clavaba en la tierra, llenándola de heridas de las que brotaba nuevamente el agua, y golpeando sobre coches y tejados para silenciar el bullicio delirante que provoca el calor.

Ya no hay sol, ni fiesta, ni promesas, ni horizonte, sólo la cantinela de un llanto continuo, y esta tromba de soledad suicida que se estrella contra el asfalto expiando así su pecado de no haber sabido llorar a tiempo.

Sigue la tormenta, y la fuerza de la lluvia hace que las gotas reboten hacia arriba apenas han tocado el suelo, como si la tierra las repeliera, y en su ascensión de nuevo a los cielos las gotas se alargan en forma de figurillas danzantes que bailan de puntillas sobre su propio charco. Parecen un ejército de ánimas azules de vuelta al paraíso después de haber vagado por el purgatorio. Las observo desde mi ventana, y con la mente, y por si acaso me escuchan, las animo a saltar más y más alto.

Hace ya un buen rato que perdí la noción del tiempo, y no me importa. Sigo mirando hipnotizada los bailoteos de la lluvia sobre los charcos hasta que observo que una de estas figurillas de agua se significa claramente del resto, toma forma casi humana y lo que parece la cabeza se gira hacia mí. Abro los ojos incrédula. Me ve, me mira, me sorprende espiándola y del sobresalto me echo hacia atrás, pero no la pierdo de vista, y enseguida comprendo que no me asusta; muy al contrario, quiero seguir mirándola. Me acerco de nuevo a la ventana y a la cabecilla de esta lengua de agua le adivino una cara y unos ojos negros que me miran sin pestañear. Su mirada me inmoviliza a la vez que me proporciona paz, una paz maravillosa, tanto que dejo de oír la tormenta.

Ahora llueve en silencio, truena en silencio y el mundo gira en silencio. La lengüecilla de agua se olvida de la gravedad, levita con unos dulcísimos contoneos y flota hasta colocarse justo detrás del cristal de mi ventana. Sus ojillos negros me siguen mirando, extiende lentamente una manita azul hacia mí y consigue atravesar el cristal como si éste no existiera. Yo sigo clavando mi mirada en la suya, en su transparencia, en su verdad, hasta que su mano de agua acaricia mi mejilla. Noto su humedad, fresca y vital, desde mis ojos hasta mis labios, y sé que esta extraordinaria criatura intenta consolarme por algo. Me asombra y conmueve de tal manera que necesito poner mi mano sobre la suya. Lo hago, llevo mi mano a mi mejilla,  y este ser celeste, etéreo y puro desaparece ante mis ojos, sin más, dejándome tan sola como perpleja, y en silencio.

Parpadeo por primera vez en muchos minutos mientras sigo notando humedad en mi cara y en mis ojos. No entiendo lo que está pasando. ¿Se ha deshecho la figurilla de lluvia al tocar mi cara? ¿Al tocarla yo, quizá? ¿He roto algún hechizo? ¿He hecho algo mal?

Miro por la ventana por si la bailarina de agua hubiera vuelto al otro lado del cristal, por si me siguiera mirando desde el otro lado de mi vida, y con mi mano aún en mi cara busco a la criaturilla en el charco. No es posible… ¿Qué charco? No hay charcos, el suelo está totalmente seco, no ha llovido en mucho tiempo; ni siquiera ha habido tormenta, es evidente. El cielo es de un azul reventón y el sol sigue siendo el rey. Vuelve a haber ruido, calor, gravedad y realidad.
No ha habido tormenta más que en mis sueños. Debo de haber estado llorando mientras dormía, o durmiendo mientras lloraba. Es la única explicación.
Entiendo la tormenta sin ruido, la lluvia que no cala, el sol que empapa y el hielo que abrasa, y esto me proporciona una calma absoluta, soy capaz de pensar con nitidez y me tomo mi plenitud espiritual como una bendición. La tormenta que he soñado ha arrastrado en su catarsis a todos los barros que se pegaban en mis zapatillas y manchaban mis huellas por el asfalto.

Consciente de todo, estoy a punto de alejarme de la ventana cuando en el alféizar veo un charco diminuto con dos piedrecitas negras en el centro. No sé por qué, pero no me sorprende.
Miro a las dos piedrecitas con ternura, sé que me miran, entiendo, sonrío, y libre, ligera y absuelta salgo a la calle a recorrer el lado seco de la tormenta.”



Sonia Serna San Miguel
(Segovia, 1 de noviembre de 2017)