NUEVE
ÁLAMOS Y UN PINO
“Estoy en la cama, más
dormida que despierta, engullida por una embriaguez mental maravillosa, y sé
que estoy resucitando de una especie de siesta, eso sí lo noto; sé que no puedo
abrir los párpados de pura pereza y que me encanta no hacer ese esfuerzo;
también sé, a pesar de esta dulce borrachera de sueño, que ahí fuera está
empezando el verano, julio, creo, aunque ahora mismo estoy perdida en mi
realidad, felizmente desubicada. Debo de haber dormido un buen rato, y no sé si
estamos a día 2, a 3 tal vez, o si es lunes o jueves.
Tengo muy cerca una ventana
que está abierta, y lo sé porque me están bendiciendo unas oleadas de aire
fresco con una cadencia perfecta, como si alguien quisiera mantenerme adrede en
un estado óptimo de confort, y a fe que lo está consiguiendo. A través de la
ventana oigo el bailoteo que se traen las hojas de los árboles que, con toda
seguridad, están ahí fuera, muy cerca del edificio, sea cual sea el edificio en
el que estoy, porque en esto tengo una confusión importante.
Estoy flotando en mi propio
cuerpo, tal es mi relajación, y no siento la menor necesidad de abrir un
párpado.
A ver, qué hago con esta
pereza… Dónde estoy y qué hora es… Tengo la ventana a mi izquierda, y sólo recuerdo
esta distribución en un dormitorio en el que yo solía echarme la siesta, y era
el de mis padres, en la casa en que vivíamos cuando yo era pequeña. Eran unas
siestas forzadas y gruñidas, pero felices y despreocupadas, en unos veranos
serenos. La luz blanca y tranquila se colaba en mi siesta a pesar de la
persiana, tamizada por unos visillos también blancos que se movían suavemente
al compás del airecillo de las tardes de estío. También se oían hojas de
árboles y trinos de pajarillos, como ahora, pero mi madre me cantaba canciones
para arrullarme, siempre, y ahora no oigo a mi madre, tampoco me está abrazando,
así que estos deben de ser recuerdos muy lejanos. No. Ni soy pequeña ni estoy
en aquella casa.
¿Es posible que estemos ya
en la playa y que no me ubique en el nuevo dormitorio? No, no huele a salitre.
¿Me he quedado dormida en el sofá? ¿En el trabajo? ¿No iré dormida, soñando y
roncando en un autobús? ¿Dónde demonios estoy pasando el verano, que estoy tan
a gusto y oigo tantos árboles…?
Mis párpados empiezan a
transparentar algo de luz. También comienzo a oír algunas voces aquí y allá.
-“Buenos días ¿Qué tal has
descansado? Tengo que ponerte el termómetro y tomarte la tensión ¿vale?”.
La enfermera, mi abdomen
vendado a trozos, mi mano con esparadrapo tapando una vía… ¡Pues claro, estoy
en el hospital, cómo he podido evadirme tanto! Enigma resuelto. Me operaron
ayer. Todo bien. Pronto iré a casa.
Un momento: ¿Y los árboles?
¿Los he soñado? No, porque sigo oyendo los “¡Buenos días a todos!” de sus
hojas. Me levanto como puedo, me duele este no tener ya vesícula, y me asomo a
la ventana.
¡Ahí están, son reales!
Nueve álamos cuento desde aquí, y creo que hay incluso un pino. Nueve álamos altos,
muy altos y elegantes, dispuestos en hilera e incluso yo diría que mirando
hacia nosotros, como los integrantes de una coral. Ojalá se pudieran ver estos
árboles desde todas las habitaciones.
Creo que todo esto tiene un
fin, que este cielo azulón y castellano es cómplice de los cantantes del verde frac,
y que se han propuesto aliviarnos la estancia.
También en los hospitales
hay esperanza de verano, por qué no.”
Dedicado
a todas esas personas que deberían estar disfrutando de las vacaciones y de la
vida, pero las pasan en un hospital.
Sonia Serna San Miguel
(Segovia, 2 de agosto de
2017)