LA VELETA DE SAN ESTEBAN
“En lo alto del campanario de San Esteban hay una
veleta, y en la veleta, un gallo. Es un gallo negro y altivo que soporta
estoico los fríos del invierno y los calores del verano, y con la cresta siempre
alerta vigila desde su atalaya un paisaje pintado de historia que todos
querríamos contemplar.
Pero dicen que este trozo de hierro inerte con forma
de gallo, en realidad, no es tal.
Me cuentan algunos vecinos del lugar que durante algunas madrugadas de invierno, cuando hay noche cerrada y las
tormentas confinan sin piedad a las gentes en sus casas, el gallo desaparece de
la veleta y no vuelve a ella hasta que asoma el primer rayo de sol, y que estas
desapariciones coinciden con una procesión de almas que, atravesando sigilosas
el arco de San Cebrián, se adentran en la parte vieja de la ciudad y recorren
ceremoniosas las empinadas calles a través de las ventiscas. El gallo,
transformado en una lengua de luz, las espera en la plaza de San Esteban, donde
se une al cortejo de ánimas para recorrer una por una todas las iglesias del
barrio antes de que muera la noche.
Hay quien jura haber comprobado cómo no sólo
desaparece el gallo de San Esteban, sino otras imágenes y gárgolas del casco
antiguo de la ciudad, y cómo,
convertidas ya en espíritus, se unen al séquito de seres penitentes para alumbrar
a su paso las calles de intramuros; y se dice que esto es así porque en las imágenes
y estatuas de la vieja villa dormitan las almas de seres que causaron
mucho dolor en vida, y que están condenadas a sufrir bajo las
inclemencias del tiempo y los demonios de la oscuridad hasta que purguen todo el
mal que hicieron.
Yo, incrédula que quiere creer, contemplo ahora la
veleta de San Esteban, y a su gallo, y me pregunto si esta historia puede ser
real y, de serlo, a quién pertenecería el alma que habita en el gallo y qué clase de crimen o fechoría pudo haber cometido. Lo miro y lo vuelvo a mirar, ansiosa por descubrirle en un descuido algún gesto animado o alguna pequeña llama en su plumaje de metal, como restos no sofocados de su última expedición por estas calles de piedra.
La próxima vez que haya tormenta en una noche sin luces me asomaré silenciosa a la ventana, por si tuviera la suerte de ver esta comitiva de vidas no resueltas, y alumbraré mi puerta para aliviar su penar, porque vagar por las tinieblas es pagar con creces cualquier pecado."
La próxima vez que haya tormenta en una noche sin luces me asomaré silenciosa a la ventana, por si tuviera la suerte de ver esta comitiva de vidas no resueltas, y alumbraré mi puerta para aliviar su penar, porque vagar por las tinieblas es pagar con creces cualquier pecado."
Sonia Serna San Miguel
(Segovia, 28 de marzo de 2018)