martes, 13 de noviembre de 2018

A MIS HIJOS (MIS SONIADAS)

                                            






 A MIS HIJOS



""Es horrible revisar tu vida y ver que te habías resignado. Lo malo es que siempre creí que me quedaba más tiempo. Me sentía y, todavía ahora, me siento por dentro joven, como una chica que está empezando, con toda la vida por delante... pero no es así".

Estas frases pertenecen a la película "El amor tiene dos caras" (1996), y es la confesión que una madre (Lauren Bacall) le hace a su hija (Barbra Streisand, en el papel de protagonista) en el transcurso de una conversación que ambas mantienen sobre el amor y la vida.

Desde que vosotros, hijos míos, sois oficialmente adolescentes, desde que vuestros vuelos fuera del nido son cada vez más numerosos y más largos, me ronda la idea de dejaros por escrito dos o tres consejos infalibles, de esos que no existen, para evitaros sufrimientos y errores que, tristemente, no voy a poder evitar, porque equivocarse y sufrir forma parte de la esencia misma de la vida. Pero no quiero quedarme con las ganas.


Quisiera deciros, hijos míos, algo así como que siempre fui lista, astuta y decidida, y que gracias a ello puedo resumir en cuatro ideas los secretos, si no de la felicidad, sí al menos del no dolor, del no fracaso.
Pero no puedo. En absoluto. Es más, y siendo franca conmigo misma, si hace diez minutos acabo de cometer el enésimo error de mi vida, si apenas el otro día era yo quien tenía dieciocho años (sí, los tuve), si aún me sorprendo preguntándome qué quiero ser de mayor...¿Qué consejos os voy a dar, ni a vosotros ni a nadie, sobre una vida que no entiendo?

Sin embargo, acepto mi propio desafío.

Y lo primero que quiero daros, más que un consejo, es casi una orden. Prestad atención porque me interesa muchísimo que lo entendáis:

A mí no tenéis que complacerme. En nada. 
No tenéis que orientar vuestras vidas a complacerme a mí, ni a nadie, salvo a vosotros mismos, aunque esto suponga en ocasiones quedarse y sentirse solo. 
Seguro que coincidiremos, ya lo hacemos, en gustos o incluso en carácter, por supuesto, pero lo que queráis estudiar, la profesión que elijáis, las parejas que tengáis o dejéis de tener, los trenes que decidáis coger o dejar marchar, las elecciones más importantes, en definitiva... tienen que tener sentido en vuestro proyecto de vida, no en el mío o en el de cualquier otra persona. 
De mis propios sueños me encargo, o debería de haberme encargado, yo. Son cosa mía, sólo a mí me competen. No los confundáis con los vuestros. 
Fabricad vuestro propio destino, aunque esté en las antípodas del mío.
Confiad en vuestros criterios, en vuestra formación, sobre todo en la humana, en vuestros valores éticos y morales, a la hora de tomar decisiones. Yo sí confío en vosotros. Y cuando os equivoquéis, que ocurrirá, que no sea por haber tratado de complacer a personas para las que, probablemente, nunca habíais sido prioridad.

En lo segundo que quiero incidir es en la importancia de las amistades de las que os rodeéis.
Recuerdo a mi padre diciendo: "Hay que huir de las personas que te hacen perder tiempo, dinero y categoría, aunque el problema es identificarlas desde el principio".
Esto último es lo complicado, pero forma parte del aprendizaje.
Qué importantes, las amistades... 
Si frecuentáis gente vaga, acabaréis vagueando; si frecuentáis chismosos y alcahuetas, acabaréis alcahueteando; si frecuentáis personas dominantes, acabaréis dominados; si frecuentáis personas materialistas, acabaréis vacíos.
En cambio, si frecuentáis gente interesante, os haréis un bien impagable.
Que no os deslumbre la posición económica o la cuota de poder de nadie. No tienen por qué definir a la persona en términos positivos. El dinero sólo es dinero, y el poder suele ser una falacia, es más, a menudo las personas sólo tienen el poder que nosotros les concedemos. 
El valor de una persona siempre es la persona en sí misma, lo que sientes al estar junto a ella, en quién te conviertes con su compañía. 
Si alguien os menosprecia por vuestra posición social o económica, no digamos ya por cuestión de raza, sexo, ideología, aspecto personal..., recordad que el problema es de ese alguien, no vuestro. Que no os quite ni un ápice de serenidad y confianza en vosotros mismos.
En definitiva, id con personas apasionadas y apasionantes, cariñosas, educadas, buenas, íntegras y creativas, y cultivad ese tipo de amistades, no las descuidéis; son las que dan luz y merecen la pena. Y si alguna vez creéis que os han fallado, perdonad y olvidad, y cuanto antes, mejor.

Lo tercero que quiero subrayar es la importancia de saber decir "No". 
Es fundamental.
Si no queréis, si no podéis, si no os hace bien, si va contra vuestros principios... decid "No". Es mucho más importante ser íntegro y coherente con uno mismo que querer complacer siempre a los demás. Esto último es imposible y os hará desdichados.

Y como último consejo me remito al principio de esta carta. 

Haced lo que tengáis que hacer para ser felices, para construir vuestra propia historia, siempre con la honestidad y la integridad de la mano, excuso decirlo.
Bastantes zancadillas pone ya la vida, algunas insalvables, ya lo sabéis, como para que os limitéis a vosotros mismos con miedos y condicionantes irreales. Hay que atreverse, saltar, volar y transgredir. Intentad no quedaros con las ganas. No es nada fácil, pero ese es el camino.

No obstante todo lo anterior, tened en cuenta que esta retahíla de ideas no deja de ser mi experiencia más o menos sintetizada. Vosotros ya sacaréis vuestras propias conclusiones, y no tienen por qué coincidir con las mías.

Ojalá, hijos míos, en el futuro no tengáis que revisar vuestras vidas y reconocer con dolor que os habíais resignado, pudiéndolo haber evitado."



Sonia Serna San Miguel































miércoles, 31 de octubre de 2018

ETERNOS AMANTES (RELATO EN 50 PALABRAS)







ETERNOS AMANTES

"Ambos se aman desde que se conocieron. Cada día se adoran en silencio, se desean en silencio. Eternos amantes, sus manos quieren tocarse, sus cuerpos anhelan abrazarse, pero siempre está esa maldita distancia de por medio. Tal vez, si el guarda del museo adivinara su amor, acercaría estas dos estatuas…"


Sonia Serna San Miguel

martes, 2 de octubre de 2018

EL VALOR DEL CAFÉ DE MI MADRE (MIS SONIADAS)






EL VALOR DEL CAFÉ DE MI MADRE
(RELATO BREVE)

"Airada porque mi móvil no es tan rápido como quisiera, acepto el café que mi madre me ofrece. La observo. Sé que le duelen las caderas, los años, el no haber estudiado, el no haber viajado, su temprana viudedad, su incipiente demencia... Pero me trae el café, y me sonríe, y sus ojillos grises me piden que no me enfade, que agradezca. 
Y yo admiro su valor, y le doy un beso."


Sonia Serna San Miguel

viernes, 28 de septiembre de 2018

EL CAMPANARIO (MIS SONIADAS)






EL CAMPANARIO


"En mi barrio hay un campanario sin campana, 
mudo como una boca sin lengua, 
hueco como una cabeza sin ideas, como un pecho sin corazón,
frío como un hogar sin lumbre,
muerto como quien no sueña,
yermo como el campo sin semillas,
silencioso como una mañana de domingo, como una mañana de domingo sin campanas.
Sin campana. 
Así está este pequeño campanario,
vacío como un ojo sin mirada, 
abandonado como el amigo que no interesa, 
desnudo como las piedras que lo sostienen, 
asustado como alma a la intemperie,
triste como una cuna sin niño, desolado como un niño sin amor.
Y olvidado. 
Así me ha dicho que está, el campanario de mi barrio. 
Me lo ha dicho con la lengua que no tiene, con la campana que no le late, con la mirada azul y hueca de este día con sol.
En mi barrio hay un campanario sin campana, y me dice que se siente triste, solo, asustado, vacío y olvidado."



Sonia Serna San Miguel








martes, 25 de septiembre de 2018

LA FIEL AMIGA DE PETRA (RELATO EN 50 PALABRAS)







LA FIEL AMIGA DE PETRA
(RELATO EN 50 PALABRAS)

"Petra siempre espera impaciente la visita diaria de su fiel amiga. Ambas se sientan frente a frente, se observan emocionadas, conversan, ríen, lloran y gesticulan a la vez. 
La visita se acaba a la hora de cenar, cuando un enfermero del psiquiátrico retira a Petra del espejo para acompañarla al comedor."

Sonia Serna San Miguel

EL ULTIMÁTUM (RELATO EN 50 PALABRAS)








EL ULTIMÁTUM
(Relato en 50 palabras)




"Harta de excusas y mentiras, le dio un ultimátum: si no acudía a casa para cenar, le abandonaría para siempre.
Al día siguiente, cansada de esperarle en vano una noche más, hizo las maletas y desapareció.
Mientras, él, dormido sobre un ramo de flores, seguía encerrado en un ascensor averiado."



Sonia Serna San Miguel

jueves, 2 de agosto de 2018

LOS GIRASOLES (RELATO EN 50 PALABRAS)








LOS GIRASOLES
(Relato en 50 palabras)


"No sabía cómo deshacerse de esos malditos girasoles. Cuanto más los cortaba más crecían y se multiplicaban; sus cabezas amarillas la espiaban por las ventanas, y sus largos tallos tapaban la puerta del jardín si intentaba huir.
Era demencial.
No tenía escapatoria.
No debió enterrar a mamá bajo los girasoles."



Sonia Serna San Miguel

(Segovia, julio de 2018)

lunes, 30 de julio de 2018

TU MUNDO POR MONTERA (MIS SONIADAS)












TU MUNDO POR MONTERA

(Dedicado a mi madre, enferma de Alzheimer)



"Ahora que es verano, y antes de que nos acueste el invierno, vamos a salir a pasear para que nos vean el jardín y las flores, para que nos oigan los pájaros y nos saluden las mariposas. Ahora que es verano vamos a pasear tu mundo por el mío, a caminar bajo las luces y las sombras, a explorar los desiertos que hay entre uno y otro árbol y a dejarnos querer por los rayos de sol que nos buscan entre las hojas. 
Antes había mucho ruido y luego habrá mucho silencio. Ahora es el momento.

Te he comprado una pamela para nuestras aventuras bajo el sol. Es blanca, con una cinta negra, y en cuanto te la pongas estaremos listas para volar. 
Nos pondremos tu mundo y tu pamela por montera y patearemos los caminos de este bosque, la arena de esa playa o las avenidas de aquella ciudad, lo que desees, lo que veas, lo que recuerdes, lo que te inventes, qué diferencia hay, y viajaremos a cualquier época, a cualquier lugar, con cualquier compañía, con la mejor, o con ninguna. 


Aprovecharemos el estío para respirar el aire fresco de la sierra o el salitre del mar, el olor a leña en la hoguera o el de tu bizcocho de naranja, el aroma del jabón de lavanda o el de aquel perfume de rosas. Respiraremos todo a la vez, porque el tiempo nos ha liberado y ya no hace falta elegir.
Caminaremos despacio porque ya no hay prisa, por fin no hay prisa, ya no vamos a ninguna parte, sólo a pasear.
Hemos llegado al verano, y al final del verano querremos caminar por el otoño, o no; tal vez nos inventemos otro verano o, quizá fatigadas, recojamos los árboles, la playa, los pájaros, el perfume de rosas, y nos retiremos a descansar.

Ahora vamos a pasear por julio, y luego pasearemos por agosto, y con tu silencio vital me dirás qué es eso que mascullas cuando me ves, cuando cierras los ojos, cuando sonríes. Me contarás tranquilamente, sin prisa, sin palabras, cuál es tu historia de hoy, la de ayer, la que recuerdas, la que fabulas o la que lloras, porque ahora hay tiempo para todo. Cuéntamelo sin hablar, o hablando, como prefieras, porque yo te entiendo y porque tú me entiendes, porque siempre ha sido así, porque si amas y sueñas no hace falta mucho más.

Ya al final de la tarde nos subiremos a una barcaza como la de aquella ría, ¿te acuerdas?, y a bordo de la nave, desde proa y bajo tu pamela blanca, surcaremos tus campos amarillos de Castilla para que los saludes, para que los cantes. Después se pondrá el sol, y ya será tarde para ti, para mí, para este viaje.

De momento ponte la pamela, porque nos vamos a pasear."





Sonia Serna San Miguel

(Segovia, julio de 2018)




martes, 26 de junio de 2018

PEPE Y PEPA NO SABEN (MIS SONIADAS)








PEPE Y PEPA NO SABEN


“Pepe y Pepa son pareja; una pareja de adultos, concretamente. Ambos tienen más o menos la misma edad, unos cuarenta y pico años, y también la misma estatura. Su aspecto es el de una pareja normal, corriente, muy corriente, en absoluto sofisticada, incluso algo descuidada y vulgar en algunas ocasiones.

Pepe tiene la boca torcida por culpa de una cicatriz que le atraviesa el lado derecho de la cara, pero la cicatriz no sólo no le queda mal, sino que le otorga cierto atractivo, cierto aire de bandido que cae simpático a pesar de ser bandido, pero esto Pepe no lo sabe, seguramente porque nadie se lo ha dicho, y porque las burlas e insultos que ha sufrido siempre a cuenta de la cicatriz no han alimentado precisamente su autoestima. Pepe no sabe de esta seducción varonil en su rostro, y se empeña en ocultarse tras un mechón de pelo que hace tiempo que dejó de ser mechón.
A Pepa le ocurre algo parecido, pero con su cuerpo entero. Su cara, su cabello, sus piernas, su pecho... le piden a gritos que los atienda un poquito, que los mime, que no se avergüence de ellos, que no los castigue bajo enormes prendas aburridas, pero Pepa no sabe que no es pecado quererse, ni sabe que se lo merece, porque tampoco se lo ha dicho nunca nadie.

Pepe y Pepa no son mala gente, aunque el parecer humildes no los convierte en santos, ni en lo contrario. Ellos presumen de ser honrados y trabajadores, y probablemente lo sean, pero nadie es buen juez de sí mismo, así que cabe la posibilidad de que no sea para tanto. 
Ni Pepe ni Pepa destacan por nada en especial, ni en las distancias cortas ni en las muy cortas, quizás porque no sepan que no pasaría nada por destacar de vez en cuando, aunque fuera para desafinar o disentir.



Pepe y Pepa se han encontrado en la madurez, cuando ya no esperaban milagros entre los cubatas llenos de hielo las noches de los sábados, y además se han encontrado en su mismo pueblo, quién se lo iba a decir. De haber sabido antes que acabarían apañándose el uno con el otro se habrían juntado hace años y les habría dado tiempo a tener hijos, que era el mayor deseo de Pepa, que ella recuerde, ¿o no...?, ¿o ese era el deseo de su padre...?, ya no sabría decir ella, pero de haber tenido hijos no habría llorado a solas cada vez que sus amigas le decían con muy poca delicadeza que se le estaba pasando el arroz, eso sí lo sabe. Tal vez si los padres de Pepa no hubiesen sido desde siempre tan enfermizos no habría tenido que dedicarles tantos cuidados y no se habría olvidado de sí misma como lo ha hecho. Sus enfermos padres aún viven, resulta que no estaban tan enfermos, resulta que tienen más calidad de vida que su hija, resulta que más que enfermizos eran absorbentes, tanto como egoístas, pero el caso es que Pepa ha vivido sin vida propia, aunque eso ella aún no lo ha deducido, su cerebro oxidado no sabe gestionar este tipo de emociones ni llegar a este tipo de conclusiones. O sí, y lo que no quiere es admitirlo.
Pepe, por su parte, no echa de menos tener hijos, ni no tenerlos. Ni siquiera lo ha pensado. Sí sabe que echa de menos a su madre, a la que vio por última vez diciéndole adiós, sonriente ella como siempre, a la puerta del colegio cuando él tenía seis años, y de la que no se ha podido despedir aún porque aquella misma mañana desapareció del pueblo sin dejar rastro. Nadie la ha vuelto a ver, y Pepe no quiere volver a tener que echar de menos a nadie más. Eso sí lo sabe.

Pepe y Pepa han logrado sobrellevar su desatención emocional no prestándole atención, no queriéndola reconocer. Ahora, sin embargo, dan la impresión de haber claudicado, de haber admitido el paso del tiempo, tan estéril sentimentalmente para ellos, y han decidido conformarse con un semejante, tampoco hace falta más; han renunciado a soñar con lo que saben que no está a su alcance a cambio de no seguir solos en lo que quede de camino, y es posible que hayan acertado, porque son tal para cual, un roto para un descosido, un apaño piadoso del destino.

Pepe y Pepa pasean aliviados su relación sintiéndose parte legítima, por fin, de ese inmenso grupo de personas a las que en secreto envidiaban por vivir aparente y felizmente emparejados, por llevar vidas cotidianas, previsibles y mediocres, insoportablemente mediocres en muchos casos, pero esto último aún no lo sospechan, porque no todo se ve, sobre todo lo que no se quiere ver.
Ya pasean reconfortados su tardío emparejamiento. Ya son como el resto de parejas que conocen. Ya no se sienten excluidos de su propio entorno. Ya tienen una familia política, criticable y criticada, pero familia política. Ya puede darse prisa Pepe en adecentar la caseta de la barbacoa. Ya tienen cuñados en las barbacoas, no sólo amigos. Ya hay cuñados a quienes abrasar con las excelencias de la nueva pistola de silicona, con demostraciones prácticas a diestro y siniestro incluidas, en el caso de Pepe; y ya hay cuñadas a las que aburrir con la receta perfecta de las croquetas, en el caso de Pepa. Hablan de estas cosas porque no saben que se puede hablar de otras. No saben que saben hablar de otros temas, algo que descubrirían si cambiaran de interlocutores de vez en cuando.

Pepe y Pepa ya no se van a quedar con las ganas de saber cómo será eso de vivir en pareja. Ya son tándem, dos a la par, y eso les hace sentir bien, atrevidos y valientes

-"¿Y ya para qué quieres novio, a estas alturas? Con lo a gusto que estabas ahora, con la vida resuelta... Lo has hecho al revés, hija. Y otra cosa te digo, podías haber picado un poco más alto, porque Pepe a nuestro lado..., pero claro, ya con la edad que tienes..."- le dice a Pepa su madre, que no sabe qué soporta menos, si emparentarse con Pepe o quedarse sin criada. Lo segundo, evidentemente.
-"Pues yo creo que estás a tiempo de darnos nietos, Pepa. Mira que no haber tenido hijos... ¿Por qué no quisiste a aquel Pablo? Sí que lo has hecho al revés, sí."- remata el padre de Pepa.



A pesar de estos apoyos envenenados, Pepe y Pepa tienen la sensación de cumplir al fin con lo que se esperaba de ellos. Lo que esperan ellos de sí mismos ya lo averiguarán en otro momento. En la otra vida, a este paso.




Así son Pepe y Pepa, una pareja intrascendente, y lo son porque ellos creen que lo son. 
Cada fin de semana pasean con devoción por el centro comercial, como si esa jaula gigante de silueta imprecisa contuviera todos sus sueños y pudieran alcanzarlos sólo por recorrer una y otra vez la hilera de comercios cuyos productos creen que se pueden permitir a fuerza de mirarlos y desearlos. 

-"¡Mira, Pepe, así me gustan los anillos, como esos...!"- le comenta pícara Pepa a Pepe en el escaparte de una joyería, pero ni ella sabe ser pícara ni Pepe sabe ser galán.
-"Buah, pues anda que no estorba eso en los dedos... Todo esto son sacacuartos"- ataja Pepe ante la posibilidad de que Pepa entre a preguntar precios.
-"Sí...eso sí, que a ver quién friega con eso, je, je, je..."- contesta resignada Pepa, una vez más, un escaparate más.

Pepe y Pepa pasean ataviados con ropa poco sospechosa de haber estado a la moda en los últimos diez años y, entusiasmados con su reciente apareamiento, saborean la tarde del sábado siendo ahora ellos la envidia de los demás, eso lo tienen claro, sobre todo la envidia de aquellas pobres almas que deambulan impares y solas por los establecimientos de la vida, no como ellos, que felices y emparejados, más emparejados que felices, pueden exhibirse sábado tras sábado por los modestos dominios que su perímetro social y mental les permite, que no es otro que el que ellos mismos se imponen, pero esto aún no lo saben.

-“Mira, Pepe, cómo me quedan estos vaqueros… ¿me están bien, verdad?”- le dice Pepa a su hombre en un tienda de ropa mientras se pone de espaldas a él para mostrarle lo supuestamente sexy que luce su trasero.

-“Pues sí… oyesss… ¡A ver si te vas a hacer ahora modelo y te vemos por la tele!”- grita Pepe a la puerta de los probadores mientras le guiña el ojo a la perpleja señora de al lado - “¡Te quedan de vicio, chica…!”.

No es cierto, no le quedan bien. Ni mal. Le quedan grandes, eso sí. Pepa parece un saco con esos vaqueros, y con cualesquiera otros, porque tiene la extraña habilidad de elegir siempre lo que menos le favorece, algo que consigue invariablemente. Sus años le ha costado aprender a ir tapada desde el cuello hasta los tobillos para complacer a la beata de su madre: "Hija mía, desde luego has sacado las rodillas de tu padre, las tienes no sé cómo... -le recuerda siempre su madre con cara de asco- Y los escotes también se tapan, a ver si vas a dar a entender otra cosa, que nosotros no somos así, ¿eh?"- le dice cerrando los ojos y meneando la cabeza; ojalá pudiera borrar de su memoria que fue ella la que hace cincuenta años se tuvo que casar embarazada, para vergüenza de su familia.

También el cuerpo de Pepe merece mejor trato por parte de su dueño: -"¡Niño, que vean tus tíos cómo te comes media tarta tú solo!", "¡Niño, que vean tus abuelos cuánto vino te bebes del tirón!"- le ordenaba su padre ante las visitas para tener espectáculo asegurado.
Y Pepe se lo comía y se lo bebía, y se lo sigue comiendo y bebiendo, porque son las únicas ocasiones en las que ve un minúsculo brillo de orgullo en la mirada del bestia de su padre.

Pepe acaba de enamorarse de una camiseta de rayas anchas, y además fluorescentes, y además horizontales; la camiseta es de corte estrecho y para que le entre a lo ancho tiene que elegir la talla que le llega hasta las rodillas. Pepa, seguramente cegada por las rayas, le ha dicho que le queda muy bien, lo que es un embuste de enormes proporciones, pero sus mutuas mentiras piadosas consiguen que Pepe se sienta normal y moderno, por fin, y se compre esa camiseta, aunque le haga parecer un bolardo gigante, y esas mismas mentiras consiguen que Pepa se sienta deseada y se compre los pantalones vaqueros con los que no se sabe si va o viene, tan grandes como le están.
Como quiera que ambos se sienten ahora mejor que cuando entraron por la puerta de la tienda, dan por concluido el periplo textil por sus tarjetas de crédito.

Con la autoestima varios puntos por encima de lo habitual, ya era hora, Pepe y Pepa recorren los pasillos del hipermercado a conciencia, disfrutando con entusiasmo momentos memorables, como cuando descubren el litro de leche más barato de la estantería, y lo celebran como si hubieran encontrado el Santo Grial, básicamente porque es lo más interesante que les ha ocurrido y vaya a ocurrir en todo el día, aparte de haber encontrado la camiseta y el pantalón que revolucionarán su ropero. Estar de acuerdo en que esa marca de leche, y no otra, es la mejor opción láctea en el día de hoy les hace experimentar un rogocijo desconocido para ellos, acostumbrados como están a que en sus respectivas familias les afeen cada opinión, cada decisión. No sabían ellos de este tipo de gozo sencillo, recatado, inocente. Es providencial sentirse al fin en comunión con alguien, efectivamente, aunque sólo sea a la hora de hacer la compra.
Y sin embargo hoy las dichas parecen no tener fin, porque cuando Pepe encuentra en el pasillo de ferretería la broca del ocho que tanta falta le hacía, cree morir de éxtasis, y así se lo hace saber a todos los clientes en varios metros a la redonda.

-“¡Pepa, Pepa, mira, ven! ¡Que sí que la tienen!”.

Pepe grita porque cree que tiene que gritar, porque cree que así es como tiene que cumplir con su papel de macho gracioso, grita porque a él siempre le han gritado y porque no sabe que no tiene por qué gritar.

Pepa corre solícita desde un pasillo más allá, interrumpiendo su excursión por entre las sartenes. Y Pepa estaba de excursión por entre las sartenes, aunque no necesite ninguna, porque ella cree que es donde Pepe quiere que esté, y corre solícita a los bramidos de Pepe porque teme que siga berreando, y porque prefiere contentarle ahora que aguantarle después. 
Pepe es un manazas, funde las bombillas antes de colocarlas y por cada grifo que intenta arreglar revienta dos,  pero coge emocionado la broca del ocho porque la necesita para terminar de perpetrar un andador a su anciano padre, el mismo padre que hace años, cuando Pepe era niño, le dio al crío una paliza de muerte con una barra de hierro abriéndole la cara y dejándole esa cicatriz en el rostro, amén de otras que no se ven, y todo porque pisó un rectángulo de flores y maleza que hay al fondo de una finca a la que tiene absolutamente prohibido acercarse, aunque nunca ha sabido por qué.

Pero Pepe quiere a su padre, o le teme, o le quiere complacer porque le teme, o a quien no quiere es a sí mismo, o todo a la vez, y le fabrica un andador por la misma razón por la que se ennovia con Pepa.

-“Esa Pepa, la de los beatos, tiene casa propia y algunas tierrecillas en el monte al lado de las nuestras. Nos conviene. Es fea como un demonio, pero tú tampoco puedes pedir más. Así sólo destrozáis un matrimonio”- le soltó un día su padre en el desayuno.

Pepa no es fea, Pepe lo sabe, y Pepe no necesita otra casa ni la quiere, eso también lo sabe, pero el padre de Pepe no sabe, no quiere, hablar sin herir a su hijo, y su hijo no sabe que puede no estar de acuerdo con su padre y que puede sacar a pasear su dignidad de vez en cuando sin morir en el intento, pero prefiere callar y contentarle porque ya no sabe proceder de otro modo, porque se ha instalado en la comodidad de la cobardía, aunque esto él no lo sabe, y porque junto a su padre anda siempre por su casa todo un séquito de tíos y tías, primos y primas, alcahuetas y entendidos varios a los que nunca supo esquivar y con los que no quiere discutir, así que dicho y hecho, sentenciado y ejecutado. ¿Pepa? No se hable más.
Pepe corteja a Pepa, a su manera, o pese a su falta de maneras, pero triunfa en su misión, para asombro del propio Pepe. Probablemente nunca lleguen a quererse, o sí, pero la aventura promete más que el hecho de no embarcarse en ella. Pepe y Pepa huyen de lo mismo y buscan lo mismo, y el no quererse no es razón suficiente para despreciar este salvavidas. 
Pepe busca desesperado una aprobación paternal que, bien lo sabe él, nunca obtendrá, y le está llevando toda una vida comprobarlo, y el día que le regale el bendito andador, lo volverá a comprobar, porque se lo tirará a la cabeza.
Pepa, por su parte, sólo se busca a sí misma, o lo que queda de ella, que empieza a no ser mucho, y en su casa no lo va a encontrar.


Una vez hecha la compra ya sólo queda bordar tan fantástica tarde, y Pepe, al que hoy han bendecido los dioses con una camiseta espantosa y una broca que seguramente no le servirá para nada, se siente espléndido, con lo avaro que es él, con lo avaro que le han enseñado a ser, y decide echar la casa por la ventana sentando a Pepa en un bar del centro comercial y pidiendo nada menos que dos cañas de cerveza y una ración de tortilla, y que sea lo que Dios quiera.

-“No me apetece cerveza, Pepe. Estoy por pedirme una manzanilla…”.
-“¡Vamos, no jodas, una cerveza aquí te sienta como Dios! ¡Que sean dos cervezas…!”.

Y Pepe pide a voces -otra vez con las voces- las dos cervezas mientras Pepa, resignada, busca en su bolso una aspirina. Que su hombre quiera hacerla sentir como una reina le está costando muchas jaquecas. Pero tiene hombre, lo que le proporciona una sanísima y hasta ahora desconocida distancia con sus padres. Pepa no sabe que hay otras formas de conseguir esa distancia sin recurrir a ennoviarse, aunque si Pepe no cambia el registro de sus aullidos quizás se vea obligada a buscarlas.

Acaban sus consumiciones, pagan y antes de alejarse de la mesa Pepe hace unos aspavientos exagerados para que quede claro que va a dejar propina. Él sí deja propina, lo tiene todo este chico, y coge nada menos que siete monedas, que suman ocho céntimos en total, pero eso no se ve de lejos, y las lanza con tanta fanfarronería que las siete monedas rebotan en el platillo y caen al suelo. Lo han visto y oído todos los clientes del bar; si es lo que quería, lo ha conseguido. Pepa, que aún estaba tragando la aspirina, se lanza apurada a recoger las monedas del suelo, hasta que Pepe la agarra de un brazo, la levanta de un tirón y le dice en voz muy alta, cómo no, en voz alta, que las princesas no recogen cosas del suelo y que las recoja quien las tiene que recoger, es decir, el camarero, según él. 
Él, según todos los demás testigos, incluida Pepa.

Pepe sale de la cafetería sintiéndose John Wayne, completamente seguro de haber salvado a su chica de un momento humillante. Otra muesca más en su nueva vida de Romeo. Ha estado muy ingenioso, desde luego. Lástima que no le haya visto su padre. Lástima que nunca le vea su padre, por más que le mire.

Pepa, además del estómago revuelto por la cerveza, tiene su propia opinión sobre la anécdota de la propina, o cree que la tiene. ¿La tiene? No lo sabe. ¿Qué ha ocurrido? ¿Pepe la ha defendido o la ha avergonzado? No está segura, no suele entender este tipo de cosas a la primera, ni a la segunda, a veces ni a la tercera, y para cuando cree que al fin tiene su propio criterio sobre la gesta de su macho, resulta que ya es tarde, porque se sorprende a sí misma sola descargando la compra en el maletero del coche, mientras Pepe, apoyado en la puerta del conductor, se premia con el primer cigarro de la tarde, y para entonces ya da igual su opinión.


Pepe y Pepa se complementan, se soportan, se vienen bien el uno a la otra, y la otra al uno, y se convencen a sí mismos de que algo sí se quieren, o de que ya se querrán con el tiempo, porque alguien como Pepe no podría aspirar a una mujer que valiese más que Pepa, y Pepa no podría aspirar a un hombre que valiese más que Pepe. Una sola virtud extra en cualquiera de ellos y ambos  estarían fuera del alcance del otro. Así de justitos andan de méritos, por más tierras que sumen entre los dos. Así de justitos se ven ellos de méritos, que es lo peor. 
A Pepe y Pepa les ha venido Dios a ver, bien lo saben, y han aprovechado tan divina visita porque agradecen no andar solos por este centro comercial, artificial y sin sentido que es la vida, sobre todo para ellos.
Pepe y Pepa duermen tranquilos porque ya tienen con quién bailar en las bodas y con quién plañir en los entierros, dichosos porque ya no van a la compra solos y ya no se acuestan y levantan solos, y porque no saben que se puede ser libre en soledad, bendita ignorancia. Se siguen creyendo insignificantes y elementales, así se ven el uno al otro y así se ven a sí mismos, pero es conformismo compartido, y les compensa. Ahora son dos y ya no están solos. Eso sí lo saben”.





Sonia Serna San Miguel
(Segovia, junio de 2018)


miércoles, 6 de junio de 2018

EL LIBRO (RELATO EN 50 PALABRAS)








EL LIBRO
(Relato en 50 palabras)

“Era imposible terminar de leer aquel extraño libro. Juan lo intentaba cada noche, pero justo antes del último capítulo caía profundamente dormido. Al día siguiente no recordaba el argumento, y volvía a empezar.
Por fin una noche, la anterior a su muerte, lo consiguió.
El último capítulo estaba en blanco.”



Sonia Serna San Miguel

miércoles, 30 de mayo de 2018

OCASO DE UNA GOTA (MIS SONIADAS)













OCASO DE UNA GOTA
 (MICRORRELATO)


"No sé qué tiene de especial esa gota de lluvia, pero consigue distraerme del libro que tengo entre manos y sigo su recorrido cristal abajo. La gota resbala presumida por la ventana, absorbiendo con avaricia a las demás gotitas. Su codicia la transforma en una masa deforme y oronda sin trayectoria definida hasta que, temblorosa y torpe, ya sólo espera su evaporación al reino de las nubes. Entonces yo, caritativa, paso una gamuza por el cristal, y sigo con mi libro."




Sonia Serna San Miguel


miércoles, 28 de marzo de 2018

LA VELETA DE SAN ESTEBAN (MIS SONIADAS)








LA VELETA DE SAN ESTEBAN


“En lo alto del campanario de San Esteban hay una veleta, y en la veleta, un gallo. Es un gallo negro y altivo que soporta estoico los fríos del invierno y los calores del verano, y con la cresta siempre alerta vigila desde su atalaya un paisaje pintado de historia que todos querríamos contemplar.

Pero dicen que este trozo de hierro inerte con forma de gallo, en realidad, no es tal.

Me cuentan algunos vecinos del lugar que durante algunas madrugadas de invierno, cuando hay noche cerrada y las tormentas confinan sin piedad a las gentes en sus casas, el gallo desaparece de la veleta y no vuelve a ella hasta que asoma el primer rayo de sol, y que estas desapariciones coinciden con una procesión de almas que, atravesando sigilosas el arco de San Cebrián, se adentran en la parte vieja de la ciudad y recorren ceremoniosas las empinadas calles a través de las ventiscas. El gallo, transformado en una lengua de luz, las espera en la plaza de San Esteban, donde se une al cortejo de ánimas para recorrer una por una todas las iglesias del barrio antes de que muera la noche.
Hay quien jura haber comprobado cómo no sólo desaparece el gallo de San Esteban, sino otras imágenes y gárgolas del casco antiguo de la ciudad,  y cómo, convertidas ya en espíritus, se unen al séquito de seres penitentes para alumbrar a su paso las calles de intramuros; y se dice que esto es así porque en las imágenes y estatuas de la vieja villa dormitan las almas de seres que causaron mucho dolor en vida, y que están condenadas a sufrir bajo las inclemencias del tiempo y los demonios de la oscuridad hasta que purguen todo el mal que hicieron.

Yo, incrédula que quiere creer, contemplo ahora la veleta de San Esteban, y a su gallo, y me pregunto si esta historia puede ser real y, de serlo, a quién pertenecería el alma que habita en el gallo y qué clase de crimen o fechoría pudo haber cometido. Lo miro y lo vuelvo a mirar, ansiosa por descubrirle en un descuido algún gesto animado o alguna pequeña llama en su plumaje de metal, como restos no sofocados de su última expedición por estas calles de piedra.

La próxima vez que haya tormenta en una noche sin luces me asomaré silenciosa a la ventana, por si tuviera la suerte de ver esta comitiva de vidas no resueltas, y alumbraré mi puerta para aliviar su penar, porque vagar por las tinieblas es pagar con creces cualquier pecado."



Sonia Serna San Miguel

(Segovia, 28 de marzo de 2018)