UN TENDERO ESPECIAL
“Uno de los recuerdos más entrañables que tengo de
mi niñez son las visitas al pueblo de los tenderos ambulantes, no sólo los que
venían al mercado de la plaza, sino los que tenían día propio para su
mercancía: tal día venía el del pescado, tal día “el tío de la mantequilla”, tal
día el frutero… y recorrían las mismas calles por el mismo orden para atender a
su fiel parroquia. Eran tenderos profesionales, sabían qué necesidades faltaban por cubrir y traían buen género. Conocían los nombres y preferencias de cada cliente (casi todas
mujeres) y se los consideraba como del pueblo aunque vinieran desde otras
poblaciones. Vivían con la tienda a cuestas, no tenían estudios de marketing ni un coach
que les enseñara a ser asertivos, diligentes, proactivos o resilientes.
Simplemente, conocían su oficio.
“-¿Sabes si ya está por ahí el del pescado?
-¡Sí, subía ahora por donde la iglesia…!”
Recuerdo estas conversaciones entre las mujeres que
salían a la esquina de su calle a esperar la furgoneta correspondiente a cada
día. Con dos o tres vecinas ya estaba formado el comité de recepción al
tendero, y con dos o tres más que se unieran quedaba constituido el foro nada
virtual de información local. No sólo se producía la transacción mercantil en
sí misma, sino que se daba un intercambio de vecindad, de compañía, de cercanía.
Uno de los vendedores que mejor y con más cariño recuerdo es Pepe el frutero. Pepe no era sólo en aquella época nuestro proveedor de
fruta; era, además, primo de mi madre y muy apreciado en mi casa, junto a
Juliana, su mujer. Pepe y su romana balanceándose de izquierda a derecha son
parte de los veranos de mi infancia, y con toda seguridad de la de otros niños
que acompañaran a sus madres a hacer la compra para ayudarlas luego a llevar
las bolsas a casa.
-“Toma, guapa, esta mandarina te la regalo yo”
Hoy ha sido el entierro de Pepe el frutero.
El pequeño cementerio de Madrona está tumbado a la intemperie castellana, rodeado de un campo llano y amarillo, tan solitario como
el propio camposanto, y allí aguarda sereno, respetuoso y en silencio a las
visitas eternas.
Hoy Pepe se ha ido con Juliana, porque vivir dos
meses sin su dulce esposa era mucho vivir, y yo me quedo recordando al tendero familiar
y amigo que con una sonrisa me regalaba mandarinas, sin saber él que en realidad
me regalaba recuerdos.”
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