miércoles, 13 de julio de 2016

EL PUERRO BENDITO (MIS SONIADAS)




No me cae bien el puerro.
Lo siento, no quiero ofender a quienes lo aprecian, pero lo tenía que decir. No sé muy bien por qué, pero cuando tengo que comprarlo por capricho de alguna receta me invade un racismo hortícola impropio de mí. Pero es que en la huerta, como entre las personas, nos guste o no, hay clases y clases, y no me refiero a la clase que tan injustamente se nos asigna por mor de nuestras tenencias materiales, sino a la clase intrínseca e íntima que poseemos cada uno en nuestro interior.
Y aquí es donde el puerro se me cae como mito: el puerro no tiene clase. Un ser vivo grande, como es el puerro, largo y fuerte al tacto, con esas hojazas verdes, interminables y tiesas, que exhibe para atemorizar al resto de la huerta (de esto estoy casi segura),  no es capaz de comportarse en un guiso si antes no lo abres longitudinalmente y le quitas ¿el qué?...la tierra. Así de traidor es. No juega limpio. Nos hace creer que es lo que no es. O sea, un tipo tan estirado que no cabe en la bolsa de la compra, que se pavonea ante el resto de ingredientes blandiendo su cresta en el maletero del coche durante todo el trayecto desde la tienda hasta la encimera de la cocina,  resulta que tiene el interior sucio. Si te descuidas te arruina la receta. A mí ya me la jugó en una empanada rellena de crema de champiñones y puerros en la que se masticaba la tierra que el caballo de Troya de la huerta me coló aprovechándose de mi falta de tiempo aquel día.
Menos mal que, aunque él no lo sospecha, como suele ocurrir con todo espíritu pobre y mediocre, sabemos de su punto débil, así que una vez quitada la parte verde, que hemos lavado (y no sé a qué viene este plural mayestático, porque aquí la única que está en la cocina soy yo) que hemos  lavado a conciencia, iba diciendo, y guardado para utilizarla en otro caldo, y una vez limpiada y troceada la parte blanca, el puerro ya parece otra cosa, lo reconozco. Lo hemos civilizado y conciliado con su realidad. Aún hay esperanza para el puerro. Se le han bajado los humos, ha humillado, y hace como que se lleva bien con el resto de los ingredientes, pochando amigablemente con la cebolla y con el ajo, como si estuviera a su altura, aunque ignora que no nos engaña. La cebolla y el ajo sí que tienen clase, la suficiente como para disimular ante el puerro y hacerlo sentir cómodo en la cacerola. Y el puerro sin enterarse, pero por eso es puerro, y no ajo ni cebolla. Es decir, es prescindible, a no ser que una receta tenga la generosidad de incluirlo.
De cualquier forma hay que reconocerle al puerro, y a todo ser vivo, ciertas virtudes, o de otro modo no lo necesitaríamos, ni en esta receta ni en ninguna otra comunión de almas vegetales. Estoy dispuesta a relajar mi discurso sobre el puerro y a concederle el mérito de ser una hortaliza diurética, rica en potasio, con un contenido muy alto en agua, y que quiere recordar ligeramente al sabor de la cebolla. En esto último veo envidia, un quiero y no puedo, pero tiene derecho a intentarlo.

¿Y por qué cocino con puerro si no es santo de mi devoción? Pues porque tengo que disimular el brócoli en un puré, y esto sí que es una blasfemia, un pecado mortal. El brócoli, esa verdura de cabecitas verdes perfectamente colocadas y disciplinadas alrededor de un algo con sentido estético, como en una coreografía de bonsáis, sin bajar la intensidad de su color verde, y que además se permite atesorar unas formidables cualidades nutricionales, no se merece pasar desapercibido. Lo suyo sí que es clase y elegancia.
Bien, pues a mis hijos les horroriza su consistencia, su crujido entre los dientes, así que he buscado una receta de puré de brócoli, crema de brócoli o lo que sea de brócoli pero que no recuerde al brócoli. Y ahí es donde me han colado al puerro. Y he obedecido. Me tengo por valiente y generosa en mi fuero interno y he aceptado puerro como verdura de compañía, pero no es justo que la torpeza del puerro tenga que codearse de igual a igual con la superioridad del brócoli, y menos aún que el brócoli tenga que perder su color vivo y alegre en una cocción humillante para él.

He de confesar que también he añadido patatas, bastantes, para hacerlo pasar más por puré que por crema, tal y como lo prefieren sus señorías los comensales, pero la patata me cae bien, por más que se la quiera estigmatizar con su alto índice glucémico y su condición de hidrato de carbono. Se niega a crecer en mi jardín, pero no se lo tengo en cuenta.

Patata, brócoli, en mi casa siempre seréis bien recibidos.
Puerro, qué te voy a decir que haga cambiar tu interior… Nada. Eres un puerro y bastante tienes con ser lo que pareces.


Sonia Serna San Miguel


(30-XI- 2015)

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